Rosa Montero llega a La Serna apurada porque se ha equivocado de salida en la autovía, pero nada más entrar llena la biblioteca con su simpatía y su espontaneidad. Qué mejor sitio que una biblioteca. La lectura, dice, es como el amor:

“todos tenemos un libro que nos espera, de la misma manera que a todos nos aguarda un amor en algún sitio. La cuestión es saber encontrarlo”.

Y una vida sin libros, como un mundo sin oxígeno. Por eso, rodeada de libros y de la atención de todos los presentes, que la devoran con miradas de interés y curiosidad, Rosa va enlazando reflexiones y encadenando anécdotas en torno a la importancia que la lectura y la literatura tienen en su vida. Se recuerda desde siempre leyendo y escribiendo, y su oficio de escritora nace de la mera necesidad de escribir. Las alumnas y los alumnos, que han leído buena parte de su obra concienzudamente, han preparado una dramatización y un vídeo que ella contempla con atención y agradece emocionada.

Pasamos al coloquio y empiezan las preguntas acerca de la creación literaria, de los temas y críticas que contienen sus libros, de las curiosidades que surgen sobre una novela o un personaje determinado. Y a ratos nos olvidamos de que estamos en la biblioteca de un instituto de secundaria, pues la profundidad de las cuestiones planteadas y las observaciones hechas por nuestros adolescentes son de tanta o más enjundia que pudieran ser las de cualquier adulto. Se palpa en el ambiente que todos nos sentimos a gusto, embelesados por la elocuencia y la cercanía de la autora. Suena el timbre de las 14:15, pero nadie se mueve, no se rastrea ninguna silla, y solo diez minutos después nuestros alumnos empezarán a hacer cola para pedir una dedicatoria, una fotografía o intercambiar unas palabras de cerca con la escritora.

Gracias, Rosa Montero, por tanta generosidad.